La Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) dio a conocer los saldos de la deuda pública al cierre de enero de 2024 y en ellos vemos, tal y como se esperaba, un acelerado crecimiento de ésta en el arranque del año. Al 31 de enero el saldo de la deuda neta del sector público federal fue de 15.14 billones de pesos, un nivel 282.3 miles de millones de pesos (mmdp) más alto respecto a un mes antes y 1.16 billones más elevado respecto a enero de 2023. Esto implica que la deuda al cierre del primer mes del año creció nominalmente 1.9% a tasa mensual y 8.31% a tasa anual.
Recientemente y desde este espacio, hemos advertido de los riesgos del crecimiento acelerado de la deuda y sobre la debilidad de las finanzas públicas, no obstante que se nos quiere hacer creer que la situación fiscal del país es sólida. Como se ha comentado, México tiene muchos problemas fiscales, pero destacan dos: 1. Un déficit fiscal de 5.4% del PIB para este año, con altas posibilidades de mantenerse en ese nivel en el mediano plazo, y 2. La caída de los ingresos petroleros del sector público, que no han podido ser compensados por la recaudación fiscal.
Si bien el inicio del sexenio comenzó con niveles de endeudamiento inferiores a los del pasado sexenio, desde el año 2023, el gobierno federal de México ha entrado en una dinámica de endeudar al país incurriendo en déficits fiscales no vistos desde la década de los ochentas. Esto derivado de sus compromisos de gasto público poco productivo, pero además porque parece que se contagió de la enfermedad que sufren muchos gobiernos a nivel mundial, de ver a la deuda pública como una falsa palanca de crecimiento.
En este sentido, de acuerdo con un artículo editorial del economista Daniel Lacalle, publicado el pasado 27 de febrero, y titulado “Deuda mundial récord: una bomba de tiempo para la economía mundial”, se nos advierte que derivado del excesivo endeudamiento, las finanzas globales enfrentan una de las situaciones más delicadas de la historia y no se ve que haya una manera fácil de resolver el problema en el que se ha metido buena parte del mundo.
El artículo comienza señalando que el imparable incremento de la deuda mundial es un enorme problema para la economía. Ni los políticos, ni la mayoría de las personas, parecen entender que los déficits públicos no son reservas para el sector privado ni una herramienta sostenible para el crecimiento. La inflada deuda pública es una carga para la economía, ya que frena la productividad, obliga a un eventual aumento de impuestos y desplaza el financiamiento del sector privado al sector público. Cada año que pasa, la cifra de la deuda mundial aumenta, los costos financieros se vuelven más pesados y los riesgos cobran mayor importancia.
Hasta ahora los mercados financieros del mundo han ignorado el aumento sin precedentes de los niveles de deuda global, que han llevado la deuda pública global hasta la asombrosa cifra de 313 billones de dólares en 2023, lo que marcó otro hito preocupante. Como referencia para ilustrar la enormidad de la deuda, tenemos que en 2023 el PIB de Estados Unidos fue de 27.36 billones de dólares, mientras que el de México fue de 1.8 billones. ¡De ese tamaño es la deuda mundial!
Según las proyecciones de la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO) de Estados Unidos, el déficit fiscal de dicho país fluctuará durante los próximos cuatro años, con un promedio de un demencial 5.8% del PIB sin siquiera considerar la posibilidad de que ocurra una recesión, en cuyo caso el déficit sería mucho más elevado. Para 2033, sen estima que el boquete presupuestario será el 6.9% del PIB. Como era de esperar, la economía, incluso utilizando escenarios optimistas, se estanca y mostrará un nivel de crecimiento del PIB real del 1.8% entre 2028 y 2033, una tasa de crecimiento 33% menos que la del período 2026-2027, que de por sí ya es un 25% inferior al promedio histórico.
En el caso de México, tuvimos un déficit fiscal de 3.9% del PIB en 2023 y logramos un crecimiento de 3.2%, para el 2024 el agujero será de 5.4% y tal vez crezcamos 2.5%. O sea, la deuda del sector público excede el monto en el que crecerá el PIB. ¿O sea que sin el gasto público financiado con mayor deuda, el PIB de México no crecería, sino que caería? Eso parecen indicar los números.
Los economistas tradicionales dicen que este problema se resolverá elevando el PIB nominal por arriba de lo que crece la deuda y por esa razón ven con buenos ojos la inflación, porque disminuye el valor real de las deudas pasadas e incrementa el PIB nominal. Pero algunos otros analistas dicen que todo este lío puede resolverse aumentando los impuestos. La realidad muestra que no existe ninguna medida de ingresos fiscales que en Estados Unidos llene un agujero financiero anual de 2 billones de dólares con ingresos anuales adicionales, mientras que para México, pues no hay medida fiscal que eleve los ingresos públicos en 1.7 billones de pesos, que es el nivel de deuda que se espera contraer este año.
Quienes proponen estas estrategias irrealizables, sin duda parten de escenarios optimistas de que no habrá recesión ni impacto económico debido a una mayor carga fiscal. Es decir, no saben de economía ni que los déficits son siempre un problema de gasto público.
Los políticos se aprovechan de que la gente común no sabe de economía. Se les hace creer a los ciudadanos que el menor crecimiento, la caída de los salarios reales y la inflación persistente son factores externos que no tienen nada que ver con los gobiernos, pero esto es incorrecto. En el caso de Estados Unidos, dado que los déficits fiscales se monetizan, el gasto deficitario implica imprimir dinero y erosiona el poder adquisitivo de la moneda al tiempo que destruye las oportunidades de inversión del sector privado. En el caso de México, los déficits fiscales no se pueden monetizar, gracias a la autonomía del Banco de México, pero aquí también se causa inflación estructural incidiendo de manera artificial en una mayor demanda agregada. Sea como sea, si se busca resolver el problema de mayores déficits fiscales aumentando impuestos, toda la carga impositiva más elevada y la inflación recae sobre la clase media y las pequeñas empresas.
Daniel Lacalle, agrega que los mercados nunca reaccionan ante los riesgos crecientes hasta que la realidad hace acto de presencia. El riesgo aumenta lentamente pero ocurre rápidamente. Por eso los gobiernos se sienten tan cómodos añadiendo más deuda pública cada año. Los políticos piensan que los mercados alcistas y los bajos rendimientos de los bonos son una validación de sus políticas, e incluso cuando los gastos por intereses aumentan a niveles alarmantes, simplemente pasan la carga a la próxima administración. En México el costo financiero de la deuda en 2023 alcanzó un nivel récord de 1.045 billones de pesos, mientras que en Estados Unidos fue de 659 mil millones de dólares en el año fiscal 2023. ¿El resultado? Erosión del crecimiento potencial, productividad más débil y destrucción de la clase media a través del creciente riesgo de impuestos más altos e inflación persistente. Aunque se debe reconocer que en México, en el sexenio de AMLO, no se han creado nuevos impuestos ni elevado las tasas de los mismos.
Las crisis de deuda ocurren; y los gobiernos nunca prestan atención a los riesgos porque no pagan por las consecuencias. Además, cuando se produzca una crisis de deuda, la mayoría de los gobiernos culparán al sistema capitalista y a los “mercados” o a los vendedores en corto (aquellos que apuestan a una baja en el precio de los activos). O en el caso de México, ya sabemos que hay otro villano favorito del actual gobierno federal y son los gobiernos anteriores, por lo que dé usted por descontado que ante cualquier problema financiero futuro, el gobierno federal ya tiene pensado a quien echarle la culpa.
A nivel internacional, los últimos datos del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF) muestran que la peligrosa tendencia al aumento de la deuda se ha acelerado. Un aumento de la deuda global de 15 billones de dólares en el transcurso de un solo año puso de relieve el ritmo alarmante al que estaba aumentando la carga de la deuda. Para poner esta cifra en perspectiva, vale la pena señalar que apenas una década antes, la deuda mundial ascendía a unos modestos 210 billones de dólares, un claro recordatorio de la trayectoria de crecimiento exponencial en la que se ha embarcado la deuda.
Las economías en desarrollo están liderando el camino de esta embestida de mayor deuda, con relaciones deuda-PIB alcanzando niveles sin precedentes, superando el 100% en la mayoría de los casos. Las economías emergentes, entre ellas la de México, están siguiendo la tendencia de las naciones desarrolladas, agregando desafíos y vulnerabilidades estructurales a medida que la acumulación de deuda conduce a inflación y por lo tanto la erosión de la moneda local, así como a la disminución de la confianza en los sistemas monetarios internos.
Las implicaciones de este exceso de deuda son significativas, incluido un crecimiento económico artificial y por lo tanto más débil, además de crear peligros para la estabilidad financiera. En esencia, el aumento de la deuda mundial representa un desequilibrio fundamental: un desequilibrio entre el consumo presente y las obligaciones futuras, entre el gasto a corto plazo y la sostenibilidad a largo plazo. La nueva deuda (sobre todo en México) es una deuda recién creada que financia gastos improductivos. Hay quienes creen que la deuda pública promete un mayor crecimiento y mejores oportunidades para los ciudadanos, pero sólo genera un crecimiento más débil, una mayor inestabilidad y una moneda cada vez más inútil porque cada año se le quita valor a través de una inflación perpetua. Si se pregunta por qué sus salarios pagan menos bienes y servicios y por qué a la clase media le resulta cada vez más difícil prosperar, eche la culpa a la inflación causada por un mayor gasto público financiado con deuda pública. Se está erosionando el poder adquisitivo de sus ahorros y salarios bajo la falsa promesa de un crecimiento y una seguridad que nunca llegan.
Lacalle concluye mencionando que más allá de los riesgos inmediatos de la inestabilidad financiera, las consecuencias a largo plazo de una acumulación excesiva de deuda son igualmente preocupantes. Los altos niveles de deuda funcionan como un lastre para el crecimiento económico, desviando recursos de la inversión productiva por parte del sector privado y sofocando la innovación y el espíritu empresarial. Además, la carga del servicio de la deuda impone un alto precio a las generaciones futuras, desviando fondos del gasto en infraestructura y cargando a los futuros contribuyentes con un legado de deuda.
Desde este espacio hemos advertido que la espiral deficitaria y de creación de nueva deuda en México no traerá nada bueno. Hay retos por demás importantes para la próxima administración federal y uno de ellos es encontrar la manera de recuperar la salud de las finanzas públicas. Estamos sentados en una bomba de tiempo, pero muy pocos lo quieren reconocer.
Alejandro Gómez Tamez*
Director General GAEAP*
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