EL CAPITALISMO HA FRACASADO
¿Con qué tipo de ideología simpatiza usted? ¿Se considera una persona capitalista (pro-libre mercado) o sus pensamientos tienden a ser más de corte socialista (pro-colectivismo)? O tal vez a usted le da igual, ya que considera que ambos sistemas han fallado en grande en su tarea de hacer crecer la economía garantizando que las inequidades e injusticias vayan disminuyendo al paso del tiempo.
En un artículo de Jeff Thomas publicado en el portal de Doug Casey el pasado 25 de marzo y titulado “El capitalismo ha fracasado”, se expone la pugna entre quienes proponen un sistema capitalista y los que prefieren el colectivismo. Ambos grupos ven al sistema que proponen como la panacea, sin darse cuenta de que ninguno de los dos ha sido capaz de generar un desarrollo incluyente para todos los miembros de la sociedad. Esto porque jamás han sido implementados como teóricamente deberían para funcionar correctamente.
El artículo comienza señalando que hoy, más que en cualquier otro momento de la historia, los políticos y líderes occidentales justifican un movimiento hacia el pensamiento colectivista con la frase «el capitalismo ha fracasado».
Veamos el caso de Estados Unidos, que desde una óptica económica, política y social, parece estar encaminado por un sendero que no sólo es inconsistente con los principios fundacionales del país, sino que se acelera rápidamente hacia una decadencia sin límites. Los líderes de Estados Unidos están contribuyendo a una creciente ola de ideas socialistas equivocadas y las están exportando al resto del mundo Occidental. Véanse los casos de Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortez o Elizabeth Warren.
En respuesta a este tipo de situaciones, los pensadores conservadores ofrecen una reacción instintiva de que el colectivismo también ha tenido un historial de desempeño sombrío. Sobran a nivel mundial y a través de la historia, ejemplos de cómo las políticas socialistas (en especial en países subdesarrollados) llevan a lo países a una situación de mayor desigualdad y pobreza en comparación de como estaban antes de implementarlas.
Es así que ninguno de los grupos, pro-libre mercado y colectivistas, tiende a ganar terreno frente al otro, pero la evidencia apunta a que con el tiempo, Occidente avanza inexorablemente en la dirección colectivista.
A mi modo de ver, los liberales están planteando lo que en la superficie parece ser una crítica legítima, y los conservadores la contrarrestan con la disculpa de que, sí, el capitalismo está fracasando, pero el colectivismo ha demostrado ser peor.
Desafortunadamente, lo que estamos viendo aquí no es lógica clásica, como habría respaldado Aristóteles, sino emocionalismo que ignora los principios de la lógica.
Si vamos a seguir las reglas de la discusión lógica, comenzamos con la afirmación de que el capitalismo ha fracasado y, en lugar de tratarlo como un hecho, examinamos si esta afirmación es correcta. Sólo si resulta correcto podremos construir más suposiciones sobre ella.
Cada vez que me enfrento a este comentario tan frecuente de que el capitalismo ha fracasado, mi primera pregunta a la persona que lo hace es: «¿Has vivido alguna vez en un país capitalista?» Es decir, «¿has vivido alguna vez en un país en el que, durante tu vida, impera un sistema de libre mercado?»
Al principio, la mayoría de las personas parecen confundidas por esta pregunta, ya que son residentes de un país que opera bajo el supuesto de que el sistema en el que viven es capitalista.
Entonces, examinemos esa suposición.
Un sistema capitalista o de «libre mercado» es aquel en el que los precios de los bienes y servicios están determinados por los consumidores y los productores, es decir, el libre mercado; en el que las leyes y fuerzas de la oferta y la demanda están libres de cualquier intervención por parte de un gobierno, de cualquier monopolio regulador de precios, de un sistema de monopolios u oligopolios surgidos de concesiones o licencias gubernamentales, o de la influencia de cualquier otra autoridad.
Hoy en día, ninguno de los países principales (más grandes) de lo que alguna vez se llamó el «mundo libre» se parece en nada a esta definición. Cada uno de estos países está plagado de leyes, regulaciones y una plétora de organismos reguladores cuyo único propósito es restringir la libertad de la producción y comercio voluntario. Cada año se aprueban más normas, reglas y leyes para restringir aún más la libre empresa.
Igualmente malo es el hecho de que, en esos mismos países, las grandes corporaciones se han vuelto tan poderosas que, al contribuir por igual a las campañas de cada partido político importante, son capaces de exigir beneficios después de las elecciones, que no sólo les garantizan jugosos contratos, sino además protección contra cualquier acto de autoridad que pudiera perjudicarlos.
Hay una palabra para esta forma de gobierno y es fascismo.
Hoy en día, si se les pidiera a muchas personas que describieran el fascismo, se referirían a Mussolini, las botas negras y la tiranía. Afirmarían con confianza que ellos mismos no viven bajo el fascismo. Pero, de hecho, el fascismo es, por definición, un Estado en el que existe un gobierno conjunto de las empresas y el Estado (el propio Mussolini afirmó que sería mejor llamar al fascismo corporativismo, por esta razón).
Al reconocer la definición tradicional de fascismo, no cabe duda de que el fascismo es la fuerza impulsora detrás de las economías de América del Norte y Europa.
Además, el concepto de que un gobierno tome de algunos individuos y por la fuerza, los frutos de su trabajo y se los otorgue a otros, no es de ninguna manera libre mercado. Es un concepto socialista. Y, en cualquier país donde aproximadamente la mitad de la población es receptora de tal generosidad, ese país, sin lugar a dudas, se ha asentado profundamente en una condición socialista.
Sin embargo, esto no es en absoluto una idea nueva. Como Sócrates le preguntó al filósofo Adimanto:
¿No acaso sus líderes despojan a los ricos de sus propiedades y las distribuyan entre el pueblo? ¿y al mismo tiempo tratan de preservar la mayor parte para ellos mismos?
Entonces, ¿cuál es la realidad? ¿Estamos diciendo aquí que estos países son socialistas o fascistas?
Bueno, en verdad, el socialismo, el fascismo y, de hecho, el comunismo son formas de colectivismo. Todos ellos se encuentran bajo el mismo paraguas.
Entonces, lo que estamos presenciando es que los liberales critican con razón los males del fascismo, pero no lo entienden como lo que es: una forma de colectivismo. Los conservadores, por otro lado, hacen todo lo posible para seguir operando bajo las leyes, regulaciones y organismos reguladores socialistas de sus países, sin dejar de imaginar que queda un remanente de capitalismo.
Y entonces volvemos a la pregunta: «¿Ha vivido usted alguna vez en un país en el que, durante su vida, dominó un sistema de libre mercado?»
Esos países existen. Cabe señalar, sin embargo, que incluso ellos al paso del tiempo tienden a avanzar lentamente hacia el colectivismo (después de todo, es en el colectivismo donde obtienen su poder.) Sin embargo, algunos países son «más nuevos», tal como lo era Estados Unidos a principios del siglo XIX y, al igual que Estados Unidos, los gobiernos aún no han tenido tiempo suficiente para degradar lo suficiente las economías que se les han confiado.
Además, algunas ciudadanías son más luchadoras que otras y/o son más difíciles de convencer de que, si se dejan dominar por sus gobiernos, en realidad estarán mejor.
Cualesquiera que sean las razones, lo más seguro es que hay países que son mucho más liberales que los países analizados anteriormente.
Pero, ¿qué nos dice esto del futuro? ¿Qué se puede hacer para que estas grandes potencias vuelvan a un sistema más de libre mercado? Bueno, la mala noticia es que eso es extremadamente improbable. Sin duda, de vez en cuando han surgido importantes oradores como Nigel Farage o Ron Paul, que nos recuerdan lo que «deberíamos» hacer para volver a encarrilar a estos países, para que sirvan a su gente, en lugar de sus líderes. Pero, históricamente, tales oradores nunca han logrado revertir la tendencia ni un ápice.
La historia nos dice que los líderes políticos, en su búsqueda del colectivismo, nunca revierten la tendencia. En lugar de eso, se montan en ella y la llevan hasta el fondo y luego se retiran, si pueden.
Sin embargo, siempre es cierto que, en algunos lugares del mundo, siempre ha habido sociedades de libre mercado. Con el tiempo, se deterioran bajo la mano de sus líderes y, a medida que lo hacen, surgen otros.
En concordancia con lo anteriormente expuesto, la libre elección del lector es considerar el mundo como su ostra, evaluar si está más o menos contento con el país en el que se encuentra y confiado en que seguirá siendo un buen lugar para vivir, trabajar, invertir y prosperar o, en caso contrario, considerar la posibilidad de diversificarse, o incluso trasladarse por completo, a una jurisdicción más gratificante y más capitalista.